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Pensando en aquellos trabajadores que siempre olvidan las contraseñas de acceso, o que suelen perder sus tarjetas, se encuentra en pleno auge de crecimiento una eficaz alternativa tecnológica: Implantarse un chip bajo la piel que pueda recordar toda la información que sea necesaria. La medida de los microchips para empleados está causando gran controversia internacional, porque si bien facilitaría algunas tareas de los trabajadores, también estaría poniendo en grave peligro su seguridad y su privacidad.

La compañía sueca Epicenter lleva desde el 2015 colocando estos circuitos bajo la piel humana, reemplazando con estos microchips una gran cantidad de funciones disponibles en otros dispositivos, como tarjetas de crédito o claves personales. Los microchips para empleados actúan como tarjetas de banda magnética que permiten a sus usuarios tener las puertas abiertas, operar con impresoras o comprar un batido con un solo movimiento de mano.

Los interesados en este avance se enfrentaron a una inyección, a través de la cual el microchip – del tamaño de un grano de arroz- era incorporado en una de sus dos manos. Y aunque los responsables de Epicenter afirman que el proceso es totalmente seguro, esta tecnología generó mucha polémica por su relación con los derechos individuales de seguridad y privacidad. Por ejemplo, ahora mismo el microchip almacena información sensible sobre cuánto tiempo está trabajando una persona o cuáles son sus gustos al comprar en una máquina de alimentos.

Otras compañías con microchips para empleados

Expertos suecos en microbiología han advertido que estos microchips podrían mostrar datos sobre la salud de las personas o su ubicación, la frecuencia de su trabajo o sobre cuántas veces han ido al lavabo durante una jornada laboral. Además, existe el peligro de que estos microchips sean pirateados por hackers que entonces podrían acceder a información sensible. Los implantes se basan en la tecnología “Near Field Communication” (NFC) que desarrolla comunicaciones de corto alcance entre dos dispositivos que emiten y reciben la señal en ambos sentidos. Un caso parecido es el de la compañía belga Newfusion, que también incorporó esta tecnología microchips para empleados en su empresa. Alguno de sus trabajadores se ha implantado un microchip entre los dedos pulgar e índice y utilizan su mano como llave – para abrir las puertas- y como clave – pueden encender el ordenador sin tocarlo siquiera.

Inspirados en la empresa sueca Epicenter, la compañía norteamericana Three Square Market – un proveedor de software para máquinas expendedoras con sede en Wisconsin- lleva desde hace más de dos años injertando microchips bajo la piel de todos aquellos trabajadores que lo demanden de forma voluntaria. Actualmente 80 de sus 250 empleados acceden al edificio o encienden su ordenador con un movimiento de mano. El dispositivo almacena información relativa a su portador como contraseñas, documentos de identificación o tarjetas bancarias. Esta información es recuperada al escanear la zona por un sistema de identificación por radiofrecuencia RFID. El uso de chips RFID en humanos fue aprobada por la Food and Drugs Administation (FDA) de Estados Unidos en el 2004.

La privacidad, en peligro

Aunque se asegura que estos microchips son pasivos, es decir, que no emiten señales rastreables, no contienen baterías y tampoco disponen de GPS, nada impide que se haya iniciado un gran debate en torno a la falta de privacidad que los microchips para empleados pueden facilitar y que podría ser utilizada por compañías y gobiernos para controlar a empleados y ciudadanos. Hoy en día las cámaras de seguridad con inteligencia artificial, la tecnología de reconocimiento facial, los diminutos sensores de señales conocidos como “beacons” y el propio GPS de nuestros inseparables smartphones, son ya formas de seguimiento de espacios, objetos e incluso personas, que parecen ser asumidas por las personas con absoluta normalidad.

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